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Tierra de los judíos o de los miembros de la tribu de Judá. Se entendió siempre como pueblo y como país. El pueblo fue siempre un concepto estable, más numeroso o menos, según la coyuntura de cada tiempo. Como país geográfico el nombre varió.
La primera descripción bíblica aparece en Josué (Jos. 15.12) y al describir sus ciudades (Jos. 15. 20-63). Se la atribuye el sur montañoso y agrio desde Jerusalén al Negueb desértico, pero propenso al cultivo de rebaños y rodeado de pueblo propensos a la rapiña: kenitas, kalebitas y otros grupos cananeos contra los que había de estar el pueblo judío en guardia.
Al dividirse el reino después de Salomón, las tierras de Judá menos fecundas que las del norte y las ciudades menos protegidas, exigieron un esfuerzo suplementario. Se halló en la dignidad del Templo y de la ciudad sagrada de Jerusalén. En esos puntales estuvo la base de su histórica fortaleza.
Los Macabeos hicieron de Judá su centro de rebelión y de lucha, a pesar de que ellos pertenecían a la tribu diseminada de Leví. Fue entonces cuando el reino de Judá adquirió su originalidad y consistencia frente a los helenistas del norte y la que preparó el tiempo de Jesús: dominio romano, indirecto con el Reino de Herodes (29 a 4 a. de C) y directo con los procuradores posteriores a Arquelao (año 6 a 66).
Sin embargo es bueno recordar que Jesús se desentendió ya de las categorías militares, políticas y económicas de Judá y su mensaje mesiánico fue otra cosa diferente de lo que esperaban fariseos y esenios, saduceos y herodianos, sobre todo lo zelotes e integristas del momento. El Reino de Jesús se proclamó como algo que no era de este mundo, sino un "Reino de la Verdad". (Ver Israel)
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